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La economía colaborativa, las cosas por su nombre


10.09.2015

Escrito por: Redacción


El incierto panorama económico posterior a la recesión de 2007 ha favorecido que se haya acogido con entusiasmo, sobre todo por parte de los jóvenes, lo que se ha denominado equívocamente “economía colaborativa”.

No cabe duda de que la severidad de la crisis ha influido para que las personas tengan una voluntad real de compartir, a pesar de la inquietud que a veces suscita la nueva forma de transacción que propone la economía colaborativa.

Este nuevo tipo de contrato económico abarata la intermediación, no la hace desaparecer, con lo que beneficia tanto al proveedor como al consumidor y mejora el uso de los  bienes y servicios disponibles.

Son muchas las pruebas de sus ventajas. ¿Para qué comprar un coche si se vive en el centro de la ciudad en el que el vehículo no se usa casi nunca? Si se quiere viajar se  puede recurrir, por ejemplo, a Blablacar para el transporte y a Airbnb para alquilar el apartamento de vacaciones, cuando se quiera alquilar un espacio para trabajar se puede contactar con CoworkingSpain, y un cada vez más largo etc.

Pero ¿este tipo de acuerdo económico fomenta realmente la colaboración y el compartir que tanto se desea?

Economía colaborativa, las cosas por su nombre

A medida que este tipo de pacto económico gana popularidad, se empiezan a oír voces que argumentan que se está haciendo de la necesidad virtud.

Dicho con claridad, con estos contratos nadie comparte nada, la facilidad para poder alquilar bienes o proveerse de determinados servicios ha sido posible por la tecnología y los proveedores, consumidores y las plataformas que los conectan simplemente se benefician monetariamente de las posibilidades de la tecnología.

La idea de que el intercambio que propician estas empresas acabaría con la necesidad de ser dueño de bienes y servicios ha sido el mantra de los promotores de “la economía colaborativa”, que aseguraban que se podía compartir coches, casas y mano de obra, con las nuevas plataformas. Pero  la realidad es más sencilla, con la digitalización se ha hecho viable un nuevo contrato comercial que abarata los costes porque reduce costes de intermediación, pero una plataforma de intercambio no varía la propiedad.

Cuando se va desvaneciendo la ilusión de que determinadas empresas están haciendo posible una colaboración desinteresada entre personas, se puede valorar con exactitud la contribución de este nuevo tipo de empresas a la sociedad, la de facilitar ágilmente nuevos tipos de transacciones entre proveedores y consumidores que a todos beneficia.

Pero ahora se oyen muchas voces que cuestionan esta realidad y proponen cambiar el nombre de este tipo de acuerdos y sustituir el término de  “economía colaborativa” por el más exacto de  “economía a la carta".

Aspectos positivos y negativos que impulsa “la economía colaborativa”

Estos contratos económicos empujan a los jóvenes (pero también a los no tan jóvenes) a alquilar todo, desde viviendas a bicicletas, teléfonos o el software, lo que implica un cambio cultural muy profundo y la nueva cultura que emerge tiene su lado bueno y su lado malo. 

Entre sus aspectos positivos está que potencia la renovación de los núcleos urbanos de las ciudades, el transporte público y la integración de la tecnología de los servicios públicos. Estos cambios tienen mucho sentido a largo plazo, tanto para el medioambiente como para en impedir que los activos subyacentes se deprecien.

Su aspecto negativo más notable es que obliga a los jóvenes a no tener los beneficios derivados de poseer activos apreciados y que no crea empleos de calidad.

Una manera en que los jóvenes son capaces de construir el activo de sus balances, decisivos para su futuro, es a través de un trabajo estable o de la iniciativa empresarial. Cuando el uno y la otra apenas se dan, este tipo de contratos “colaborativos” invitan cada vez más a los jóvenes a asumir el trabajo temporal o una pequeña  iniciativa empresarial que soporta el mantenimiento individual  y no tiene los beneficios que permite la acumulación asociada a la empresa.

Ayudar a los jóvenes en la construcción de su base de activos durante el curso de la vida y de conectarlos a las oportunidades de tener propiedades productivas es una responsabilidad colectiva para asegurar que la "economía del compartir" emergente no deje a los jóvenes en la precariedad perpetua.

 

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