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Especial 50 aniversario
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03. El nacimiento del banco
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Bankinter empezó a funcionar el 4 de junio de 1965, surgido de la mano de sus dos socios fundadores: Banco de Santander y Bank of America. De las entidades financieras nacidas hace ahora 50 años, solo Bankinter ha sobrevivido hasta hoy, gracias a una búsqueda constante de la excelencia, el espíritu innovador y la capacidad de anticipación a las necesidades de los clientes que medio siglo después le siguen caracterizando.

Nuestros valores de antes y de ahora


El decreto ley de 29 de noviembre de 1962, a cuyo amparo nació Bankinter, impulsó también la creación de bancos como el de Levante, el Comercial de Talavera, el de Burgos, el de Alicante o el Industrial de Cataluña. Un total de veintidós nacieron desde entonces hasta 1969 y ninguno, salvo Bankinter, ha sobrevivido hasta hoy, en buena parte de los casos porque fueron absorbidos por otros de mayor tamaño.

La voluntad de los dos socios fundadores (el Santander y el Bank of America) de mantener Bankinter como entidad independiente resultó sin duda fundamental. Pero también jugó un papel determinante el hecho de que lograse encontrar su propio lugar en el firmamento bancario español con la búsqueda constante de la excelencia, el espíritu innovador y la capacidad de anticipación a las necesidades de los clientes que cincuenta años después le siguen caracterizando.

Ser una entidad pionera en la oferta de servicios y productos financieros era un objetivo esencial de Bankinter desde el mismo momento en que empezó a funcionar el 4 de junio de 1965, bajo la presidencia de Emilio Botín Sanz de Sautuola, en el palacio del marqués de Mudela, un señorial edificio del arquitecto Lorenzo Álvarez Capra, situado en el número 29 del Paseo de la Castellana de Madrid, donde continúa estando la sede social del banco.

A la luz de ese objetivo, Bankinter ha alcanzado éxitos notables, que se desarrollan en otros apartados de este libro conmemorativo de su primer medio siglo de vida. Lanzó en 1987 la primera cuenta de alta remuneración. En 1992, creó su área de Banca Telefónica, que supuso el nacimiento en España de la banca a distancia. Fue la primera entidad del país en operar a través de Internet, en facilitar la inversión bursátil mediante teléfono móvil y en promover un sistema de pagos con el simple uso de ese dispositivo.

Los principios fundacionales de Bankinter se han convertido en cuatro valores de marca, que sugieren pautas de conducta para quienes trabajan en él y que son: agilidad, entusiasmo, integridad y originalidad.

Agilidad significa ser más resolutivos, más rápidos y más eficaces que los otros bancos, no dar nada por sentado, detectar oportunidades, adaptarse a una sociedad que se mueve, ofrecer respuestas efectivas.

Entusiasmo para no detenerse, para cambiar la forma de hacer las cosas y aplicar la inteligencia a la solución de los problemas de los clientes, siempre con energía y espíritu de superación.

Integridad en el sentido de conducir con honestidad a la hora de pensar, hablar y actuar; tener en cuenta el impacto de la actividad del banco en la sociedad, y demostrar cada día que se es fiel al verdadero significado de la transparencia.

Originalidad como consecuencia de pensar y actuar diferente, buscando tozudamente la manera de ser únicos y distinguibles respecto de la competencia.

Y bajo tres pilares: personas, calidad y tecnología.

Dos socios con un mismo sueño


La historia de Bankinter es la de un sueño hecho realidad. El sueño de dos grandes instituciones, una de cada lado del Atlántico, que en junio de 1965 crearon el Banco Intercontinental Español, que poco después comenzó a conocerse como Bankinter. Esas dos grandes instituciones eran el Santander, entonces presidido por Emilio Botín Sanz de Sautuola y López; y el Bank of America, que había entrado en la élite financiera estadounidense de la mano del banquero de origen italiano, Amadeo Giannini.

Desde su constitución en 1857, mediante un real decreto firmado por Isabel II, el Santander había sido un banco abierto al exterior, pues en sus inicios estuvo estrechamente ligado al comercio entre el puerto de la capital cántabra e Iberoamérica. Con esa sólida base, dio un primer salto adelante entre 1900 y 1919, periodo en el que duplicó su balance, alcanzó el medio millón de pesetas anuales de beneficio y situó su rentabilidad por encima de la media de las entidades de crédito españolas.

Curiosamente, fue también en esa época cuando Giannini puso los cimientos del que acabaría siendo su imperio bancario. En 1904 creó el Banco de Italia en San Francisco y dos años después tuvo un golpe de suerte, como consecuencia del catastrófico terremoto que asoló la ciudad, dejando más de tres mil muertos y al 70% de la población sin hogar. Giannini consiguió salvar el dinero depositado en sus cajas fuertes e hizo una fortuna concediendo préstamos literalmente a pie de calle a quienes tenían que volver a levantar sus casas y, sobre todo, sus negocios.

Eso le permitió crecer enormemente y, ya en 1929, fusionar el Banco de Italia con el Bank of America de Los Ángeles, del que tomó el nombre. A partir de ahí vino la expansión más allá de California, mediante múltiples fusiones y adquisiciones que le ayudaron a controlar grandes corporaciones y a erigirse en el mayor banco norteamericano.

Mientras tanto, en España, el Santander s

eguía avanzando. En 1923, fundó el Banco de Torrelavega y puso en pie una modesta red de sucursales dentro y fuera de la provincia. En 1942, compró el Banco de Ávila, que le franqueó las puertas de Madrid. En 1946, se hizo con su rival cántabro, el Banco Mercantil, en dura competencia con el Hispano Americano. Y, en 1947, abrió la primera oficina de representación en La Habana (Cuba), a la que seguirían otras en Argentina, México y Venezuela, así como un despacho en Londres.

La creciente presencia en ultramar animó al Santander a crear el Departamento Iberoamericano en 1956. Para entonces, Emilio Botín Sanz de Sautuola y López llevaba seis años como presidente (cargo en el que había sustituido a su padre) y el banco iba camino de convertirse en el séptimo más grande del país, cosa que logró en 1957.

Los destinos del Santander y del Bank of America parecían llamados a cruzarse y el último empujón para que ese encuentro se produjera lo dio el decreto ley de 29 de noviembre de 1962 sobre bancos industriales y de negocios, que supuso la apertura del sistema financiero español, después de un largo y hermético periodo de tiempo.

El decreto permitía la creación de nuevas entidades, incluso por otras preexistentes, pero sin que ninguna de ellas controlara más del 50% del capital, que no podía ser inferior a cien millones de pesetas y tenía que estar íntegramente desembolsado en el momento de la constitución. En ese contexto nació el Banco Intercontinental Español, cuyos dos único socios fundadores, a partes iguales, fueron el Santander y el Bank of America, bajo cuya tutela se desarrolló hasta que ambos decidieron retirarse del capital, no sin antes haberlo sacado a cotizar en Bolsa.

Madrid, 1970. D. Emilio Botín Sanz de Sautuola López, (derecha), Presidente del Consejo de Administración del Banco Intercontinental Español y del Banco Santander junto a Mr. Rudolph A. Peterson, (izquierda), presidente del Bank of America, a las puertas de la Sede Social del Banco, en Paseo de la Castellana, 29. Bajo el antiguo logo del banco.

Unos primeros años vertiginosos


Tras su nacimiento, Bankinter tuvo un crecimiento vertiginoso. Si en 1965 captó depósitos de clientes por importe de algo más de 220 millones de pesetas, sólo cinco años después la cifra prácticamente se había multiplicado por doce, hasta alcanzar los 2.750 millones. El aumento del saldo crediticio fue todavía mayor, pues al cierre de su primer ejercicio era de 68 millones de pesetas y en 1970 superaba de largo los 7.000.

Para estar en condiciones de prestar ese dinero, se lanzó un producto que contribuyó a elevar notablemente los recursos ajenos: los bonos de caja, que se comercializaban a través de las sucursales del Santander, porque Bankinter sólo contaba con dos oficinas: Madrid y Barcelona. En el primer lustro de vida del banco, hubo siete emisiones, ninguna de las cuales se tardó en colocar más de quince días. Ofrecían una rentabilidad neta del 5,75% anual y gozaban de notable liquidez al cotizar a diario en Bolsa. El bono Bankinter destacó como el título con mayor contratación en la Bolsa de Madrid entre todos los bonos de cajas industriales.

También se llevaron a cabo varias ampliaciones, de modo que el capital social (totalmente desembolsado) ascendía en 1970 a 700 millones de pesetas. Sumando las reservas, los recursos propios superaron ese año los 920 millones, casi cuatro veces más que los 250 con los que Bankinter había iniciado su actividad en junio de 1965.

Todo este potencial financiero estaba puesto al servicio de la economía del país, a través de inversiones que tenían una doble vertiente: los créditos a medio o largo plazo y las participaciones de capital, normalmente transitorias. En ambos casos, los beneficiarios eran empresas industriales o agrícolas, ya se encontraran al inicio de su actividad o en proceso de reestructuración, pero siempre dando prioridad al apoyo a las pymes, circunstancia que aún hoy sigue caracterizando la política de Bankinter.

La rentabilidad fue subiendo acorde con el volumen de negocio. De los 2,3 millones de pesetas del ejercicio inaugural se pasó progresivamente a 202,8 millones cinco años después.

En la memoria de 1970, el entonces presidente, Emilio Botín Sanz de Sautuola y López, se felicitaba de que, en tan poco tiempo, la entidad se hubiera encaramado “a un lugar muy destacado de la banca industrial española”, sobre todo teniendo en cuenta el creciente peso de ésta en el conjunto de la banca privada.

Buena prueba del pujante desarrollo de Bankinter era que ese año ya concedió financiación por importe de 3.191 millones de pesetas, lo que hizo crecer el saldo vivo de crédito nada menos que en un 32,8%.

En 1970, también comenzó la andadura de otro producto emblemático: los certificados de depósito, que habían visto la luz por vez primera en Estados Unidos a principios de la década de los sesenta como fórmula para facilitar la movilización del dinero depositado a plazo.

La gran ventaja era que se trataba de un producto negociable y podía ser convertido en efectivo en cualquier momento anterior a su vencimiento con sólo endosárselo a una persona o entidad, sin necesidad siquiera de comunicárselo al banco.

Tras el lanzamiento de esos certificados, los depósitos de cliente pasaron de 2.750 millones de pesetas en 1970 a 8.388 millones en 1972.

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